La novela pierde gracia
La literatura española se ha desprendido del humor en un año en el que los lectores demandan evasión a la crisis. Las editoriales piden manuscritos de humor inteligente
En el año 2001, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (Lengua de Trapo), de Pablo Tusset,
vendió más de 100.000 ejemplares. La mordaz y estrafalaria historia del
treintañero Pablo Miralles, un vago inadaptado que tiene que resolver
un misterioso caso en Barcelona, se convirtió en el éxito de la
temporada. Las Torres Gemelas habían caído y el cruasán mandaba entre
tanta oleada de lágrimas. El éxito fue tal que el propio editor de Lengua de Trapo vendió al autor a Destino, una de las grandes editoriales, que en 2006 publicó su siguiente libro, En el nombre del cerdo.
Sin embargo, aquel fue un caso puntual. A excepción de los libros de Eduardo Mendoza, que cuenta con su caterva de fieles -del último, Las aventuras de Pomponio Flato
(Seix Barral), vendió más de 500.000 ejemplares-, ninguna novela de
humor ha vuelto a estar entre los libros más vendidos. Tampoco parecen
contar demasiado para los premios más prestigiosos. Sólo hace falta
mirar a los últimos diez premiados con el Nobel: la tragedia, el drama y
la denuncia suelen ser los ingredientes en los que se apoyan todas las
tramas.
Sin manuscritos de risa
La cuestión es que tampoco
se editan demasiado libros que tengan la carcajada como intención.
Según los datos del Gremio de Editores, en 2007 sólo un 4,7% de los
libros publicados pertenecían a este género. Muy por debajo de la novela
histórica, policiaca o incluso romántica.
Ni siquiera en estos
tiempos de crisis parece que vaya a llegar un aluvión de literatura
humorística y evasiva. De hecho, el best-seller actual, como la trilogía
de Stieg Larsson, no tiene ninguna gracia. Y el próximo pelotazo que se
avecina, El último símbolo, de Dan Brown, tampoco se ampara en los cánones de la risa.
Seix
Barral, Alfaguara y Mondadori han confirmado a este periódico que para
el catálogo del año próximo no hay planeado, de momento, aumentar los
títulos humorísticos. "Quizá lo que sí pueden aparecer son libros más
banales, sobre chistes y con un humor más zafio", apunta Elena Ramírez,
de Seix Barral.
Para justificar esta falta, los editores se
escudan en la escasa calidad de los manuscritos humorísticos que les
llegan a sus despachos. La propia Ramírez constata que hay "muy pocas
historias donde el humor sea inteligente y de calidad, y no una
patochada. Además, tampoco es que abunde. No llega demasiado porque creo
que todos lo consideramos como un género menor. Lo
normal es que aparezcan manuscritos en los que el protagonista sea un
joven torturado. A no ser que seas un Woody Allen y le eches morro,
nadie envía un libro de humor".
Intereses mercantiles
Los
escritores que sí practican el género no se muestran muy de acuerdo con
este argumento. De hecho, según Juan Aparicio Belmonte, autor de El disparatado círculo de los pájaros borrachos
(Lengua de Trapo), las editoriales se mueven finalmente por intereses
mercantiles. "Esto es un negocio, ni más ni menos", aboga. Lo mismo
piensa su colega Juan Bas (Alacranes en su tinta), quien
reconoce que "no hay muchos libros buenos de ningún género. Las
editoriales apuestan por lo último que les ha ido bien. El criterio no
es lo que sobra", sostiene. Y ahora es evidente que la novela va por
otros derroteros: mucho asesinato y mucha ficción histórica.
Tampoco
parece estar muy clara la propia definición del concepto de novela o
relato humorístico. Para Antonio Martínez, autor de la reciente Grúas asesinas (Seix Barral), novela que busca la carcajada en un asunto como el del pelotazo urbanístico, existe un problema ya de fondo a la hora de colocar los títulos en los estantes de las librerías.
"A veces bajo el epígrafe humor te encuentras con libros de Tom Sharpe al lado de Cómo ligar en Albacete sin saber inglés o No tengo novio y qué o Yo me lo guiso, él se la come. Es como si en las librerías hubiera un epígrafe de libros para llorar y estuvieran todos los que no son de humor".
Poca consideración
El
punto en el que coinciden editores y escritores es el de la poca
consideración que se le tiene al género. Elvira Lindo, creadora de la
saga de Manolito Gafotas, publicada en Alfaguara, reconoce que
"en España, la literatura humorística, sea en periódicos o en libros,
tiene poco prestigio. ¿La culpa? Probablemente, los críticos infavaloran el humor y esa falta de consideración se contagia".
Y,
sin embargo, es un género que cuesta. Como ocurre en otras disciplinas
artísticas, con la literatura también se uede llegar a la fibra del
lector mucho más fácil que a la carcajada. Y con un obstáculo mayor:
"Son novelas que transitan en un terreno pantanoso donde el autor se la
juega. Si se cae en el chiste fácil, la novela se puede ir al garete",
sostiene Juan Aparicio Belmonte.
Aunque, eso sí, como apunta Juan
Bas, "el peor peligro de todos es no tener ni puta gracia. No hay nada
tan patético, tanto en la vida real, como en la literatura, que intentar
dárselas de gracioso y resultar tan divertido como la batalla de
Stalingrado".
Una risa muy noña
El humor tiene además
una serie de cualidades a las que no llegan otros géneros. Una de ellas
es poder tocar temas considerados serios y transformarlos en una
auténtica gamberrada. Por ejemplo, el de la propia crisis económica actual.
Aunque
tampoco se ha salvado de la censura. Precisamente, por su capacidad
para llegar más allá, algunos escritores reconocen que sus editores les
han metido la tijera. Elvira Lindo recuerda cómo en
algunos países han recortado pasajes de sus novelas de Manolito Gafotas.
"Todos los países tienen sus normas y tabúes. Pero el caso de España es
raro porque tenemos más libertad verbal que casi en ningún país, se
dicen muchísimas palabras malsonantes y, sin embargo, somos cicateros a
la hora de ampliar la libertad de expresión", afirma.
El argentino Hernán Casciari, autor de Más respeto, que soy tu madre,
señala a su vez que "el humor es cada vez más ñoño y tonto, y no se
puede hablar ni de sexo, ni de enfermedad, ni de terrorismo".
Con sello ibérico
Con
respecto a las geografías, el humor también tiene sus diferencias.
Elvira Lindo señala una característica propia del humor español y es
aunque "contiene una gran dosis de burla" no nos reímos de nosotros
mismos. "En EEUU, en cambio, el primer objetivo de sus bromas son ellos
mismos. Tienen hasta un nombre para eso: selfdeprecating", manifiesta la
autora de Una palabra tuya.
A los españoles, que no los toquen. De eso también sabe Hernán Casciari, que publicó hace unos años, España, perdiste (Plaza & Janés), un libro satírico sobre la relación entre españoles y argentinos, y se dio cuenta de que "de los españoles sólo se pueden reír los españoles".
Para él, esa es una diferencia con respecto a otros países, aunque cada
región tiene su tipo de humor. "En México, por ejemplo, el humor negro
llega hasta niveles primarios y en Argentina la autocrítica es muy
grande".
Otra de las cualidades del humor es que a través de él se
pueden analizar los cambios coyunturales de la sociedad. Es decir,
nuestra risa cambia según lo que ocurra a nuestro alrededor. "Muchas
veces tiene que ver con la actualidad política. Ahora nos reímos de la
trama Gürtel con los bolsos de Rita Barberá [alcaldesa de Valencia]. De
hecho, creo que hay un humor en ciernes: cómo vamos a cambiar la piel
analógica a la digital", apostilla Casciari.
Los lectores sí son
conscientes de todas estas cualidades de la literatura de humor. Así lo
reconocen los libreros a este periódico: "Los libros de humor se venden
bastante bien", afirma León Vela, de la librería zaragozana Cálamo. Sin
embargo, las editoriales hoy van por otros caminos. "Ahora me voy a la
feria de Fráncfort y creo que ahí lo único que voy a encontrar son
muchos asesinatos", zanja la editora Elena Ramírez.